Mis queridos amigos:
Hoy les dejo un poema de una mujer
que me ha sorprendido con sus letras tan certeras.
Me he emocionado recorriendo la historia
real de muchas mujeres de todas las épocas de la historia hasta nuestros días.
No la conozco, simplemente recibí un
correo con su vídeo y me interesé inmediatamente.
El vídeo en cuestión no lo he podido abrir una vez insertado en el blog, así que les dejo la dirección
http://youtu.be/B__4y6caM6A
Buscando hallé su blog, aquí se los dejo:
semifusadifusa.blogspot.com
Espero que les guste y nos sirva a todos
de reflexión.
Este poema obtuvo el primer premio en el concurso de
poesía: Gabriela Mistral, realizado por el Club Femenino de Cultura, el
Ministerio de Educación y la Embajada de Chile, en Quito, Ecuador, 1992.
REENCARNACIONES
Vengo desde el ayer, desde el pasado
oscuro,
con las manos atadas por el tiempo,
con la boca sellada desde épocas
remotas.
Vengo cargada de dolores antiguos
recogidos por siglos,
arrastrando cadenas largas e
indestructibles.
Vengo de lo profundo del pozo del
olvido,
con el silencio a cuestas,
con el miedo ancestral que ha corroído
mi alma
desde el principio de los tiempos.
Vengo de ser esclava por milenios
Sometida al deseo de mi raptor en
Persia
esclavizada en Grecia bajo el poder
romano
convertida en vestal en las tierras de
Egipto
ofrecida a los dioses de ritos
milenarios
vendida en el desierto
o canjeada como una mercancía.
Vengo de ser apedreada por adúltera
en las calles de Jerusalén
por una turba de hipócritas,
pecadores de todas las especies
que clamaban al cielo mi castigo.
He sido mutilada en muchos pueblos
para privar mi cuerpo de placeres
y convertida en animal de carga,
trabajadora y paridora de la especie.
Me han violado sin límite
en todos los rincones del planeta,
sin que cuente mi edad madura o tierna
o importe mi color o mi estatura.
Debí servir ayer a los señores,
prestarme a sus deseos,
entregarme, donarme, destruirme
olvidarme de ser una entre miles.
He sido barragana de un señor de
Castilla
esposa de un marqués
y concubina de un comerciante griego
prostituta en Bombay y en Filipinas
y siempre ha sido igual mi
tratamiento.
De unos y de otros, siempre esclava.
de unos y de otros, dependiente.
Menor de edad en todos los asuntos
Invisible en la historia más lejana
olvidada en la historia más reciente.
Yo no tuve la luz del alfabeto
durante largos siglos.
Aboné con mis lágrimas la tierra
que debí cultivar desde mi infancia.
He recorrido el mundo en millares de
vidas
que me han sido entregadas una a una
y he conocido a todos los hombres del
planeta:
los grandes y pequeños, los bravos y
cobardes,
los viles, los honestos, los buenos,
los terribles.
Mas, casi todos llevan la marca de los
tiempos.
Unos manejan vidas como amos y señores
asfixian, aprisionan, succionan y
aniquilan;
otros manejan almas, comercian con
ideas,
asustan o seducen, manipulan y
oprimen.
Unos cuentan las horas con el filo del
hambre
atravesado en medio de la angustia.
Otros viajan desnudos por su propio
desierto
y duermen con la muerte en la mitad
del día.
Yo los conozco a todos.
Estuve cerca de unos y de otros,
sirviendo cada día, recogiendo
migajas,
bajando la cerviz a cada paso,
cumpliendo con mi karma.
He recorrido todos los caminos.
He arañado paredes y ensayado
cilicios,
tratando de cumplir con el mandato
de ser como ellos quieren,
mas no lo he conseguido.
Jamás se permitió que yo escogiera
el rumbo de mi vida
y he caminado siempre en una
disyuntiva:
ser santa o prostituta.
He conocido el odio de los inquisidores,
que a nombre de la “santa madre
Iglesia”
condenaron mi cuerpo a su sevicia
o a las infames llamas de la hoguera.
Me han llamado de múltiples maneras:
bruja, loca, adivina, pervertida,
aliada de Satán,
esclava de la carne,
seductora, ninfómana,
culpable de los males de la tierra.
Pero seguí viviendo,
arando, cosechando, cosiendo
construyendo, cocinando, tejiendo
curando, protegiendo, pariendo,
criando, amamantando, cuidando
y sobre todo amando.
He poblado la tierra de amos y de
esclavos,
de ricos y mendigos, de genios y de
idiotas,
pero todos tuvieron el calor de mi
vientre,
mi sangre y su alimento
y se llevaron un poco de mi vida.
Logré sobrevivir a la conquista
brutal y despiadada de Castilla
en las tierras de América,
pero perdí mis dioses y mi tierra
y mi vientre parió gente mestiza
después que el castellano me tomó por
la fuerza.
Y en este continente mancillado
proseguí mi existencia,
cargada de dolores cotidianos.
Negra y esclava en medio de la hacienda,
me vi obligada a recibir al amo
cuantas veces quisiera,
sin poder expresar ninguna queja.
Después fui costurera,
campesina, sirvienta, labradora,
madre de muchos hijos miserables,
vendedora ambulante, curandera,
cuidadora de niños o de ancianos,
artesana de manos prodigiosas,
tejedora, bordadora, obrera,
maestra, secretaria o enfermera.
Siempre sirviendo a todos,
convertida en abeja o sementera,
cumpliendo las tareas más ingratas,
moldeada como cántaro por las manos
ajenas.
Y un día me dolí de mis angustias,
un día me cansé de mis trajines,
abandoné el desierto y el océano,
bajé de la montaña, atravesé las
selvas y confines
y convertí mi voz dulce y tranquila
en bocina del viento
en grito universal y enloquecido.
Y
convoqué a la viuda, a la
casada,
a la mujer del pueblo, a la soltera,
a la madre angustiada, a la fea, a la
recién parida,
a la violada, a la triste, a la
callada,
a la hermosa, a la pobre, a la
afligida,
a la ignorante, a la fiel, a la
engañada,
a la prostituída.
Vinieron miles de mujeres juntas
a escuchar mis arengas.
Se habló de los dolores milenarios, de
las largas cadenas
que los siglos nos cargaron a cuestas
Y formamos con todas nuestras quejas
un caudaloso río que empezó a recorrer
el universo
ahogando la injusticia y el olvido.
El mundo se quedó paralizado
¡Los hombres sin mujeres no caminan!
Se pararon las máquinas, los tornos,
los grandes edificios y las fábricas,
ministerios y hoteles, talleres y
oficinas,
hospitales y tiendas, hogares y cocinas.
Las mujeres, por fin, lo descubrimos
¡Somos tan poderosas como ellos
y somos muchas más sobre la tierra!
¡Más que el silencio y más que el
sufrimiento!
¡Más que la infamia y más que la
miseria!
Que este canto resuene
en las lejanas tierras de Indochina,
en las arenas cálidas del Africa,
en Alaska o América Latina,
llamando a la igualdad entre los
géneros
a construir un mundo solidario
distinto, horizontal, sin poderíos
a conjugar ternura, paz y vida
a beber de la ciencia sin distingos
a derrotar el odio y los prejuicios,
el poder de unos pocos
las mezquinas fronteras,
a amasar con las manos de
ambos sexos el pan de la existencia.
Autora Jenny Londoño
LES DEJO UN GRAN BESO